¡¡Bienvenidos!!

Este blog ha sido diseñado para los estudiantes de las clases de Filosofía, Estética y Cine del Colegio Artístico Salvador.

En esta ocasión pueden hacer sus consultas con respecto al trabajo de Filosofía, que fue asignado mientras sigo con licencia por mi post natal. Para ello deben hacer click en el archivo corespondiente a su curso.

Capítulo 1 y 2 de "El mundo de Sofía"


El jardín del Edén
... al fin y al cabo, algo tuvo que surgir en algún momento de donde
no había nada de nada...
Sofía Amundsen volvía a casa después del instituto. La primera parte del camino
la había hecho en compañía de Jorunn.
Habían hablado de robots. Jorunn opinaba que el cerebro humano era como un
sofisticado ordenador. Sofía no estaba muy segura de estar de acuerdo. Un ser
humano tenía que ser algo más que una máquina.
Se habían despedido junto al hipermercado. Sofía vivía al final de una gran
urbanización de chalets, y su camino al instituto era casi el doble que el de Jorunn. Era
como si su casa se encontrara en el fin del mundo, pues más allá de jardín no había
ninguna casa más. Allí comenzaba el espeso bosque.
Giró para meterse por el Camino del Trébol. Al final hacía una brusca curva que
solían llamar Curva del Capitán. Aquí sólo había gente los sábados y los domingos.
Era uno de los primeros días de mayo. En algunos jardines se veían tupidas
coronas de narcisos bajo los árboles frutales. Los abedules tenían ya una fina capa
de encaje verde.
¡Era curioso ver cómo todo empezaba a crecer y brotar en esta época del año!
¿Cuál era la causa de que kilos y kilos de esa materia vegetal verde saliera a chorros
de la tierra inanimada en cuanto las temperaturas subían y desaparecían los últimos
restos de nieve?
Sofía miró el buzón al abrir la verja de su jardín. Solía haber un montón de cartas
de propaganda, además de unos sobres grandes para su madre. Tenía la costumbre
de dejarlo todo en un montón sobre la mesa de la cocina, antes de subir a su
habitación para hacer los deberes.
A su padre le llegaba únicamente alguna que otra carta del banco, pero no era un
padre normal y corriente. El padre de Sofía era capitán de un gran petrolero y estaba
ausente gran parte del año. Cuando pasaba en casa unas semanas seguidas, se
paseaba por ella haciendo la casa mas acogedora para Sofía y su madre. Por otra parte,
cuando estaba navegando resultaba a menudo muy distante.
Ese día sólo había una pequeña carta en el buzón, y era para Sofía.
«Sofía Amundsen», ponía en el pequeño sobre. «Camino del Trébol 3». Eso era
todo, no ponía quién la enviaba. Ni siquiera tenía sello.
En cuanto hubo cerrado la puerta de la verja, Sofía abrió el sobre. Lo único que
encontró fue una notita, tan pequeña como el sobre que la contenía. En la notita
ponía: ¿Quién eres?
7

No ponía nada más. No traía ni saludos ni remitente, sólo esas dos palabras
escritas a mano con grandes interrogaciones.
Volvió a mirar el sobre. Pues sí, la carta era para ella.
¿Pero quién la había dejado en el buzón?
Sofía se apresuró a sacar la llave y abrir la puerta de la casa pintada de rojo. Como
de costumbre, al gato Sherekan le dio tiempo a salir de entre los arbustos, dar un salto
hasta la escalera y meterse por la puerta antes de que Sofía tuviera tiempo de cerrarla.
—¡Misi, misi, misi!
Cuando la madre de Sofía estaba de mal humor por alguna razón, decía a veces que
su hogar era como una casa de fieras, en otras palabras, una colección de animales de
distintas clases. Y por cierto, Sofía estaba muy contenta con la suya. Primero le habían
regalado una pecera con los peces dorados Flequillo de Oro, Caperucita Roja y Pedro
el Negro. Luego tuvo los periquitos Cada y Pizca, la tortuga Govinda y finalmente el
gato atigrado Sherekan.
Había recibido todos estos animales como una especie de compensación por parte
de su madre, que volvía tarde del trabajo, y de su padre, que tanto navegaba por el
mundo.
Sofía se quitó la mochila y puso un plato con comida para Sherekan. Luego se dejó
caer sobre una banqueta de la cocina con la misteriosa carta en la mano.
¿Quién eres?
En realidad no lo sabía. Era Sofía Amundsen, naturalmente, pero ¿quién era eso?
Aún no lo había averiguado del todo.
¿Y si se hubiera llamado algo completamente distinto? Anne Knutsen, por ejemplo.
¿En ese caso, habría sido otra?
De pronto se acordó de que su padre había querido que se llamara Synnove. Sofía
intentaba imaginarse que extendía la mano presentandose como Synnøve Amundsen,
pero no, no servía. Todo el tiempo era otra chica la que se presentaba.
Se puso de pie de un salto y entró en el cuarto de baño con la extraña carta en la
mano. Se coloco delante del espejo, y se miró fijamente a sí misma.
—Soy Sofía Amundsen —dijo.
La chica del espejo no contestó ni con el más leve gesto. Hiciera lo que hiciera
Sofía, la otra hacia exactamente lo mismo. Sofía intentaba anticiparse al espejo con un
rapidísimo movimiento, pero la otra era igual de rápida.
—¿Quién eres? —preguntó.
No obtuvo respuesta tampoco ahora, pero durante un breve instante llegó a dudar
de si era ella o la del espejo la que había hecho la pregunta.
Sofía apretó el dedo índice contra la nariz del espejo y dijo:
—Tú eres yo:
Al no recibir ninguna respuesta, dio la vuelta a la pregunta y dijo:
8

—Yo soy tu.
Sofía Amundsen no había estado nunca muy contenta con su aspecto. Le decían
a menudo que tenía bonitos ojos almendrados, pero seguramente se lo dirían porque
su nariz era demasiado pequeña y la boca un poco grande. Además, tenía las orejas
demasiado cerca de los ojos. Lo peor de todo era ese pelo liso que resultaba imposible
de arreglar. A veces su padre le acariciaba el pelo llamándola la muchacha de los
cabellos de lino», como la pieza de música de Claude Debussy. Era fácil para él, que
no estaba condenado a tener ese pelo negro colgando durante toda su vida. En el pelo
de Sofía no servían ni el gel ni el spray.
A veces pensaba que le había tocado un aspecto tan extraño que se preguntaba
si no estaría mal hecha. Por lo menos había oído hablar a su madre de un parto difícil.
¿Era realmente el parto lo que decidía el aspecto que uno iba a tener?
—¿No resultaba extraño el no saber quien era? ¿No era también injusto no haber
podido decidir su propio aspecto? Simplemente había surgido así como así. A lo mejor
podría elegir a sus amigos, pero no se había elegido a sí misma. Ni siquiera había
elegido ser un ser humano.
¿Qué era un ser humano?
Sofía volvió a mirar a la chica del espejo.
—Creo que me subo para hacer los deberes de naturales —dijo, como si quisiera
disculparse. Un instante después, se encontraba en la entrada.
No, prefiero salir al jardín, pensó.
—¡Misi, misi, misi, misi!
Sofía cogió al gato, lo sacó fuera y cerró la puerta tras ella.
Cuando se encontró en el caminito de gravilla con la misteriosa carta en la mano,
tuvo de repente una extraña sensación. Era como si fuese una muñeca que por arte de
magia hubiera cobrado vida.
¿No era extraño estar en el mundo en este momento, poder caminar como por un
maravilloso cuento?
Sherekan saltó ágilmente por la gravilla y se metió entre unos túpidos arbustos de
grosellas. Un gato vivo, desde los bigotes blancos hasta el rabo juguetón en el
extremo de su cuerpo liso. También él estaba en el jardín, pero seguramente no era
consciente de ello de la misma manera que Sofía.
Conforme Sofía iba pensando en que existía, también le daba por pensar en el
hecho de que no se quedaría aquí eternamente.
Estoy en el mundo ahora, pensó. Pero un día habré desaparecido del todo.
¿Habría alguna vida mas alla de la muerte? El gato ignoraría también esa cuestión
por completo?
La abuela de Sofía había muerto hacía poco. Casi a diario durante medio año había
pensado cuánto la echaba de menos. ¿No era injusto que la vida tuviera que acabarse
9

alguna vez?
En el camino de gravilla Sofía se quedó pensando. Intentó pensar intensamente
en que existía para de esa forma olvidarse de que no se quedaría aquí para siempre.
Pero resultó imposible. En cuanto se concentraba en el hecho de que existía,
inmediatamente surgía la idea del fin de la vida. Lo mismo pasaba a la inversa: cuando
había conseguido tener una fuerte sensación de que un día desaparecería del todo,
entendía realmente lo enormemente valiosa que es la vida. Era como la cara y la cruz
de una moneda, una moneda a la que daba vueltas constantemente. Cuanto más
grande y nítida se veía una de las caras, mayor y más nítida se veía también la otra. La
vida y la muerte eran como dos caras del mismo asunto.
No se puede tener la sensación de existir sin tener también la sensación de tener
que morir, pensó. De la misma manera, resulta igualmente imposible pensar que uno
va a morir, sin pensar al mismo tiempo en lo fantástico que es vivir.
Sofía se acordó de que su abuela había dicho algo parecido el día en que el médico
le había dicho que estaba enferma. Hasta ahora no he entendido lo valiosa que es la
vida», había dicho.
¿No era triste que la mayoría de la gente tuviera que ponerse enferma para darse
cuenta de lo agradable que es vivir? ¿Necesitarían acaso una carta misteriosa en el
buzón?
Quizás debiera mirar si había algo más en el buzón. Sofía corrió hacia la verja y
levantó la tapa verde. Se sobresaltó al descubrir un sobre idéntico al primero. ¿Se
había asegurado de mirar si el buzón se había quedado vacío del todo la primera vez?
También en este sobre ponía su nombre. Abrió el sobre y sacó una nota igual que
la primera. ¿De dónde viene el mundo?, ponía.
No tengo la más remota idea, pensó Sofía. Nadie sabe esas cosas, supongo. Y sin
embargo, Sofía pensó que era una pregunta justificada. Por primera vez en su vida
pensó que casi no tenía justificación vivir en un mundo sin preguntarse siquiera de
dónde venía ese mundo.
Las cartas misteriosas la habían dejado tan aturdida que decidió ir a sentarse al
Callejón.
El Callejón era el escondite secreto de Sofía. Solo iba allí cuando estaba muy
enfadada, muy triste o muy contenta. Ese día sólo estaba confundida.
La casa roja estaba dentro de un gran jardín. Y en el jardín había muchas partes,
arbustos de bayas, diferentes frutales, un gran césped con mecedora e incluso un
pequeño cenador que el abuelo le había construido a la abuela cuando perdió a su
primer hijo, a las pocas semanas de nacer. La pobre pequeña se llamaba Marie. En la
lápida ponía:
«La pequeña Marie llegó, nos saludó y se dio la vuelta.
En un rincón del jardín, detrás de todos los frambuesos, había una maleza tupida
10

donde no crecían ni flores ni frutales. En realidad, era un viejo seto que servía de
frontera con el gran bosque, pero nadie lo había cuidado en los últimos veinte años,
y se había convertido en una maleza impenetrable. La abuela había contado que el
seto había dificultado el paso a las zorras que durante la guerra venían a la caza de las
gallinas que andaban sueltas por el jardín.
Para todos menos para Sofía, el viejo seto resultaba tan inútil como las jaulas de
conejos dentro del jardín. Pero eso era porque no conocían el secreto de Sofía.
Desde que Sofía podía recordar, había conocido la existencia del seto. Al
atravesarlo encogida, llegaba a un espacio grande y abierto entre los arbustos. Era
como una pequeña cabaña. Podía estar segura de que nadie la encontraría allí.
Sofía se fue corriendo por el jardín con las dos cartas en la mano. Se tumbó para
meterse por el seto. El Callejón era tan grande que casi podía estar de pie, pero ahora
se sentó sobre unas gruesas raíces. Desde allí podía mirar hacia fuera a través de un
par de minúsculos agujeros entre las ramas y las hojas. Aunque ninguno de los
agujeros era mayor que una moneda de cinco coronas, tenía una especie de vista
panorámica de todo el jardín. De pequeña, le gustaba observar a sus padres cuando
andaban buscándola entre los árboles.
A Sofía el jardín siempre le había parecido un mundo en sí. Cada vez que oía hablar
del jardín del Edén en el Génesis, se imaginaba sentada en su callejón contemplando
su propio paraíso.
«¿De dónde viene el mundo?»
Pues no lo sabía. Sofía sabía que la Tierra no era sino un pequeño planeta en el
inmenso universo. ¿Pero de dónde venía el universo?
Podría ser, naturalmente, que el universo hubiera existido siempre; en ese caso, no
sería preciso buscar una respuesta sobre su procedencia. ¿Pero podía existir algo
desde siempre? Había algo dentro de ella que protestaba contra eso. Todo lo que es,
tiene que haber tenido un principio, ¿no? De modo que el universo tuvo que haber
nacido en algún momento de algo distinto.
Pero si el universo hubiera nacido de repente de otra cosa, entonces esa otra cosa
tendría a su vez que haber nacido de otra cosa. Sofía entendió que simplemente había
aplazado el problema. Al fin y al cabo, algo tuvo que surgir en algún momento de
donde no había nada de nada. ¿Pero era eso posible? ¿No resultaba eso tan imposible
como pensar que el mundo había existido siempre?
En el colegio aprendían que Dios había creado el mundo, y ahora Sofía intentó
aceptar esa solución al problema como la mejor. Pero volvió a pensar en lo mismo.
Podía aceptar que Dios había creado el universo, pero y el propio Dios, ¿qué? ¿Se creó
él a sí mismo partiendo de la nada? De nuevo había algo dentro de ella que se
rebelaba. Aunque Dios seguramente pudo haber creado esto y aquello, no habría
sabido crearse a si mismo sin tener antes un sí mismo» con lo que crear. En ese caso,
sólo quedaba una posibilidad: Dios había existido siempre. ¡Pero si ella ya había
11

rechazado esa posibilidad! Todo lo que existe tiene que haber tenido un principio.
—¡Caray!
Vuelve a abrir los dos sobres.
«¿Quién eres?»
«¿De dónde viene el mundo?»
¡Qué preguntas tan maliciosas! ¿Y de dónde venían las dos cartas? Eso era casi
igual de misterioso
¿Quién había arrancado a Sofía de lo cotidiano para de repente ponerla ante los
grandes enigmas del universo?
Por tercera vez Sofía se fue al buzón.
El cartero acababa de dejar el correo del día. Sofía recogió un grueso montón de
publicidad, periódicos y un par de cartas para su madre. También había una postal con
la foto de una playa del sur. Dio la vuelta a la postal. Tenía sellos noruegos y un sello
en el que ponía Batallón de las Naciones Unidas». ¿Sería de su padre? ¿Pero no estaba
en otro sitio? Además, no era su letra.
Sofía notó que se le aceleraba el pulso al leer el nombre del destinatario: Hilde
Møller Knag c/o Sofía Amundsen, Camino del Trébol 3... ». La dirección era la
correcta. La postal decía:
Querida Hilde: Te felicito de todo corazón por tu decimoquinto cumpleaños.
Cómo puedes ver, quiero hacerte un regalo con el que podrás crecer. Perdóname
por enviar la postal a Sofía. Resulta más fácil así.
Con todo cariño, papá.
Sofía volvió corriendo a la cocina. Sentía como un huracán dentro de ella.
¿Quién era esa Hilde que cumplía quince años poco más de un mes antes del día
en que también ella cumplía quince años?
Sofía cogió la guía telefónica de la entrada. Había muchos Møller Knag.
Volvió a estudiar la misteriosa postal. Sí, era autentica, con sello v matasellos.
¿Porqué un padre iba a enviar una felicitación a la dirección de Sofía cuando estaba
clarísimo que iba destinada a otra persona? ¿Qué padre privaría a su hija de la ilusión
de recibir una tarjeta de cumpleaños enviándola a otras señas? ¿Por qué resultaba
«más fácil así»! Y ante todo: ¿cómo encontraría a Hilde?
De esta manera Sofía tuvo otro problema más en que meditar. Intentó ordenar sus
pensamientos de nuevo:
Esa tarde, en el transcurso de un par de horas, se había encontrado con
tres enigmas. Uno era quién había metido los dos sobres blancos en su buzón. El
segundo era aquellas difíciles preguntas que presentaban esas cartas. El tercer enigma
era quien era Hilde Møller Knag y por qué Sofía había recibido una felicitación de
12

cumpleaños para aquella chica desconocida.
Estaba segura de que los tres enigmas estaban, de alguna manera, relacionados
entre si, porque justo hasta ese día había tenido una vida completamente normal.
13

El sombrero de copa
... lo único que necesitamos para convertirnos en buenos filósofos
es la capacidad de asombro...
Sofía dio por sentado que la persona que había escrito las cartas anónimas
volvería a ponerse en contacto con ella. Mientras tanto, optó por no decir nada a
nadie sobre este asunto.
En el instituto le resultaba difícil concentrarse en lo que decía el profesor; le
parecía que sólo hablaba de cosas sin importancia. ¿Porqué no hablaba de lo que es
el ser humano, o de lo que es el mundo y de cual fue su origen?
Tuvo una sensación que jamás había tenido antes: en el instituto y en todas partes
la gente se interesaba solo por cosas más o menos fortuitas. Pero también había
algunas cuestiones grandes y difíciles cuyo estudio era mucho mas importante que
las asignaturas corrientes del colegio.
¿Conocía alguien las respuestas a preguntas de ese tipo? A Sofía, al menos, le
parecía mas importante pensar en ellas que estudiarse de memoria los verbos
irregulares.
Cuando sonó la campana al terminar la ultima clase, salió tan deprisa del patio que
Jorunn tuvo que correr para alcanzarla.
Al cabo de un rato Jorunn dijo:
—¿Vamos a jugar a las cartas esta tarde?
Sofía se encogió de hombros.
—Creo que ya no me interesa mucho jugar a las cartas.
Jorunn puso una cara como si se hubiese caído la luna.
—¿Ah, no? ¿Quieres que juguemos al bádminton?
Sofía mira fijamente al asfalto y luego a su amiga.
—Creo que tampoco me interesa mucho el bádminton.
—¡Pues vale!
Sofía detectó una sombra de amargura en la voz de Jorunn.
—¿Me podrías decir entonces qué es lo que tan de repente es mucho más
importante?
Sofía negó con la cabeza.
—Es... es un secreto.
—¡Bah! ¡Seguro que te has enamorado!
Anduvieron un buen rato sin decir nada. Cuando llegaron al campo de fútbol,
Jorunn dijo:
—Cruzo por el campo.
14

«Por el campo.»
Ese era el camino más rápido para Jorunn, el que tomaba sólo cuando tenía que irse
rápidamente a casa para llegar a alguna reunión o al dentista.
Sofía se sentía triste por haber herido a su amiga. ¿Pero qué podría haberle
contestado? ¿Qué de repente le interesaba tanto quién era y de donde surge el mundo
que no tenía tiempo de jugar al bádminton? ¿Lo habría entendido su amiga?
¿Por qué tenía que ser tan difícil interesarse por las cuestiones más importantes y,
de alguna manera, más corrientes de todas?
Al abrir el buzón notó que el corazón le latía más deprisa. Al principio, solo
encontró una carta del banco v unos grandes sobres amarillos para su madre. ¡Qué
pena! Sofía había esperado ansiosa una nueva carta del remitente desconocido.
Al cerrar la puerta de la verja, descubrió su nombre en uno de los sobres grandes.
Al dorso, por donde se abría, ponía:
Curso de filosofía. Trátese con mucho cuidado.
Sofía corrió por el camino de gravilla y dejó su mochila en la escalera. Metió las
demás cartas bajo el felpudo, salió corriendo al jardín y buscó refugio en el Callejón.
Ahí tenía que abrir el sobre grande.
Sherekan vino corriendo detrás, pero no importaba. Sofía estaba segura de que el
gato no se chivaría.
En el sobre había tres hojas grandes escritas a maquina y unidas con un clip. Sofía
empezó a leer.
¿Qué es la filosofía?
Querida Sofía. Muchas personas tienen distintos hobbies. Unas
coleccionan monedas antiguas o sellos, a otras les gustan las labores, y otras
emplean la mayor parte de su tiempo libre en la práctica de algún deporte.
A muchas les gusta también la lectura. Pero lo que leemos es muy variado.
Unos leen sólo periódicos o cómics, a algunos les gustan las novelas, y otros
prefieren libros sobre distintos temas, tales como la astronomía, la fauna o los
inventos tecnológicos.
Aunque a mí me interesen los caballos o las piedras preciosas, no puedo
exigir que todos los demás tengan los mismos intereses que yo. Si sigo con
gran interés todas las emisiones deportivas en la televisión, tengo que tolerar
que otros opinen que el deporte es aburrido
¿Hay, no obstante, algo que debería interesar a todo el mundo? ¿Existe
algo que concierna a todos los seres humanos, independientemente de
quiénes sean o de en qué parte del mundo vivan? Sí, querida Sofía, hay
algunas cuestiones que deberían interesar a todo el mundo. Sobre esas
cuestiones trata este curso.
¿Qué es lo más importante en la vida? Si preguntamos a una persona que
15

se encuentra en el límite del hambre, la respuesta será comida. Si dirigimos
la misma pregunta a alguien que tiene frío, la respuesta será calor. Y si
preguntamos a una persona que se siente sola, la respuesta seguramente será
estar con otras personas.
Pero con todas esas necesidades cubiertas, ¿hay todavía algo que todo el
mundo necesite? Los filósofos opinan que sí. Opinan que el ser humano no vive
sólo de pan.
Es evidente que todo el mundo necesita comer. Todo el mundo necesita
también amor y cuidados. Pero aún hay algo más que todo el mundo necesita.
Necesitamos encontrar una respuesta a quién somos y por qué vivimos.
Interesarse por el por qué vivimos no es, por lo tanto, un interés tan fortuito
o tan casual como, por ejemplo, coleccionar sellos. Quien se interesa por
cuestiones de ese tipo está preocupado por algo que ha interesado a los seres
humanos desde que viven en este planeta. El cómo ha nacido el universo, el
planeta y la vida aquí, son preguntas más grandes y más importantes que
quién ganó más medallas de oro en los últimos juegos olímpicos de invierno.
La mejor manera de aproximarse a la filosofía es plantear algunas preguntas
filosóficas:
¿Cómo se creó el mundo? ¿Existe alguna voluntad o intención detrás de
lo que sucede? ¿Hay otra vida después de la muerte? ¿Cómo podemos
solucionar problemas de ese tipo? Y, ante todo: ¿cómo debemos vivir?
En todas las épocas, los seres humanos se han hecho preguntas de este
tipo. No se conoce ninguna cultura que no se haya preocupado por saber
quiénes son los seres humanos y de dónde procede el mundo.
En realidad, no son tantas las preguntas filosóficas que podemos hacernos.
Ya hemos formulado algunas de las más importantes. No obstante, la historia
nos muestra muchas respuestas diferentes a cada una de las preguntas que
nos hemos hecho.
Vemos, pues, que resulta más fácil hacerse preguntas filosóficas que
contestarlas.
También hoy en día cada uno tiene que buscar sus propias respuestas a
esas mismas preguntas. No se puede consultar una enciclopedia para ver si
existe Dios o si hay otra vida después de la muerte. La enciclopedia tampoco
nos proporciona una respuesta a cómo debemos vivir. No obstante, a la hora
de formar nuestra propia opinión sobre la vida, puede resultar de gran ayuda
leer lo que otros han pensado.
La búsqueda de la verdad que emprenden los filósofos podría compararse,
quizás, con una historia policiaca. Unos opinan que Andersen es el asesino,
otros creen que es Nielsen o Jepsen. Cuando se trata de un verdadero misterio
policiaco, puede que la policía llegue a descubrirlo algún día. Por otra parte,
también puede ocurrir que nunca lleguen a desvelar el misterio. No obstante,
el misterio sí tiene una solución.
16

Aunque una pregunta resulte difícil de contestar puede, sin embargo,
pensarse que tiene una, y sólo una respuesta correcta. O existe una especie
de vida después de la muerte, o no existe.
A través de los tiempos, la ciencia ha solucionado muchos antiguos
enigmas. Hace mucho era un gran misterio saber cómo era la otra cara de la
luna. Cuestiones como ésas eran difícilmente discutibles; la respuesta
dependía de la imaginación de cada uno. Pero, hoy en día, sabemos con
exactitud cómo es la otra cara de la luna. Ya no se puede «creer» que hay un
hombre en la luna, o que la luna es un queso.
Uno de los viejos filósofos griegos que vivió hace más de dos mil años
pensaba que la filosofía surgió debido al asombro de los seres humanos. Al ser
humano le parece tan extraño existir que las preguntas filosóficas surgen por
sí solas, opinaba él.
Es como cuando contemplamos juegos de magia: no entendemos cómo
puede haber ocurrido lo que hemos visto. Y entonces nos preguntamos
justamente eso: ¿cómo ha podido convertir el prestidigitador un par de
pañuelos de seda blanca en un conejo vivo?
A muchas personas, el mundo les resulta tan inconcebible como cuando
el prestidigitador saca un conejo de ese sombrero de copa que hace un
momento estaba completamente vacío.
En cuanto al conejo, entendemos que el prestidigitador tiene que habernos
engañado. Lo que nos gustaría desvelar es cómo ha conseguido engañarnos.
Tratándose del mundo, todo es un poco diferente. Sabemos que el mundo no
es trampa ni engaño, pues nosotros mismos andamos por la Tierra formando
una parte del mismo. En realidad, nosotros somos el conejo blanco que se
saca del sombrero de copa. La diferencia entre nosotros y el conejo blanco es
simplemente que el conejo no tiene sensación de participar en un juego de
magia. Nosotros somos distintos. Pensamos que participamos en algo
misterioso y nos gustaría desvelar ese misterio.
P. D. En cuanto al conejo blanco, quizás convenga compararlo con el
universo entero. Los que vivimos aquí somos unos bichos minúsculos que
vivimos muy dentro de la piel del conejo. Pero
los filósofos intentan subirse por encima de uno de esos fines pelillos para
mirar a los ojos al gran prestidigitador.
¿Me sigues, Sofía? Continúa.
Sofía estaba agotada. ¿Si le seguía? No recordaba haber respirado durante toda la
lectura.
¿Quién había traído la carta? ¿Quién, quién?
No podía ser la misma persona que había enviado la postal a Hilde Møller Knag,
17

pues la postal llevaba sello y matasellos. El sobre amarillo había sido metido
directamente en el buzón, igual que los dos sobres blancos.
Sofía miró el reloj. Sólo eran las tres menos cuarto. Faltaban casi dos horas para
que su madre volviera del trabajo.
Sofía salió de nuevo al jardín y se fue corriendo hacia el buzón. ¿Y si había algo
más?
Encontró otro sobre amarillo con su nombre. Miró a su alrededor, pero no vio a
nadie. Se fue corriendo hacia donde empezaba el bosque y miró fijamente al sendero.
Tampoco ahí se veía un alma.
De repente, le pareció oír el crujido de alguna rama en el interior del bosque. No
estaba totalmente segura, sería imposible, de todos modos, correr detrás si alguien
intentaba escapar.
Sofía se metió en casa de nuevo y dejó la mochila y el correo para su madre. Subió
deprisa a su habitación, sacó la caja grande donde guardaba las piedras bonitas, las
echó al suelo y metió los dos sobres grandes en la caja. Luego volvió al jardín con la
caja en los brazos. Antes de irse, sacó comida para Sherekan.
De vuelta en el Callejón, abrió el sobre y sacó varias nuevas hojas escritas a
maquina. Empezó a leer.
Un ser extraño
Aquí estoy de nuevo. Como ves, este curso de filosofía llegará en pequeñas
dosis. He aquí unos comentarios más de introducción.
¿Dije ya que lo único que necesitamos para ser buenos filósofos es la
capacidad de asombro? Si no lo dije, lo digo ahora: LO ÚNICO QUE
NECESITAMOS PARA SER BUENOS FILÓSOFOS ES LA CAPACIDAD DE
ASOMBRO.
Todos los niños pequeños tienen esa capacidad. No faltaría más. Tras unos
cuantos meses, salen a una realidad totalmente nueva. Pero conforme van
creciendo, esa capacidad de asombro parece ir disminuyendo. ¿A qué se
debe? ¿Conoce Sofía Amundsen la respuesta a esta pregunta?
Veamos: si un recién nacido pudiera hablar, seguramente diría algo de ese
extraño mundo al que ha llegado. Porque, aunque el niño no sabe hablar,
vemos cómo señala las cosas de su alrededor y cómo intenta agarrar con
curiosidad las cosas de la habitación.
Cuando empieza a hablar, el niño se para y grita «guau, guau» cada vez
que ve un perro. Vemos cómo da saltos en su cochecito, agitando los brazos
y gritando «guau, guau, guau, guau». Los que ya tenemos algunos años a lo
mejor nos sentimos un poco agobiados por el entusiasmo del niño. «Sí, sí, es
un guau, guau», decimos, muy conocedores del mundo, «tienes que estarte
quietecito en el coche». No sentimos el mismo entusiasmo. Hemos visto
perros antes.
18

Quizás se repita este episodio de gran entusiasmo unas doscientas veces,
antes de que el niño pueda ver pasar un perro sin perder los estribos. O un
elefante o un hipopótamo. Pero antes de que el niño haya aprendido a hablar
bien, y mucho antes de que aprenda a pensar filosóficamente, el mundo se ha
convertido para él en algo habitual.
¡Una pena, digo yo!
Lo que a mí me preocupa es que tú seas de los que toman el mundo como
algo asentado, querida Sofía. Para asegurarnos, vamos a hacer un par de
experimentos mentales, antes de iniciar el curso de filosofía propiamente.
Imagínate que un día estás de paseo por el bosque. De pronto descubres
una pequeña nave espacial en el sendero delante de ti. De la nave espacial
sale un pequeño marciano que se queda parado, mirándote fríamente.
¿Qué habrías pensado tú en un caso así? Bueno, eso no importa, ¿pero se
te ha ocurrido alguna vez pensar que tu misma eres una marciana?
Es cierto que no es muy probable que te vayas a topar con un ser de otro
planeta. Ni siquiera sabemos si hay vida en otros planetas. Pero puede ocurrir
que te topes contigo misma. Puede que de pronto un día te detengas, y te
veas de una manera completamente nueva. Quizás ocurra precisamente
durante un paseo por el bosque.
Soy un ser extraño, pensarás. Soy un animal misterioso.
Es como si te despertaras de un larguísimo sueño, como la Bella
Durmiente. ¿Quién soy?, te preguntarás. Sabes que gateas por un planeta en
el universo. ¿Pero qué es el universo?
Si llegas a descubrirte a ti misma de ese modo, habrás descubierto algo
igual de misterioso que aquel marciano que mencionamos hace un momento.
No sólo has visto un ser del espacio, sino que sientes desde dentro que tú
misma eres un ser tan misterioso como aquél.
¿Me sigues todavía, Sofía? Hagamos otro experimento mental.
Una mañana, la madre, el padre y el pequeño Tomas, de dos o tres años,
están sentados en la cocina desayunando. La madre se levanta de la mesa y
va hacia la encimera, y entonces el padre empieza, de repente, a flotar bajo el
techo, mientras Tomás se le queda mirando.
¿Qué crees que dice Tomás en ese momento? Quizás señale a su papá
y diga: «¡Papá está flotando!».
Tomás se sorprendería, naturalmente, pero se sorprende muy a menudo.
Papá hace tantas cosas curiosas que un pequeño vuelo por encima de la mesa
del desayuno no cambia mucho las cosas para Tomás. Su papá se afeita cada
día con una extraña maquinilla, otras veces trepa hasta el tejado para girar la
antena de la tele, o mete la cabeza en el motor de un coche y la saca negra.
Ahora le toca a mamá. Ha oído lo que acaba de decir Tomás y se vuelve
decididamente. ¿Cómo reaccionará ella ante el espectáculo del padre volando
libremente por encima de la mesa de la cocina?
Se le cae instantáneamente el frasco de mermelada al suelo y grita de
19

espanto. Puede que necesite tratamiento médico cuando papá haya
descendido nuevamente a su silla. (¡Debería saber que hay que estar sentado
cuando se desayuna!)
¿Por qué crees que son tan distintas las reacciones de Tomás y las de su
madre? Tiene que ver con el hábito.
(¡Toma nota de esto!) La madre ha aprendido que los seres humanos no
saben volar. Tomás no lo ha aprendido. El sigue dudando de lo que se puede
y no se puede hacer en este mundo.
¿Pero y el propio mundo, Sofía? ¿Crees que este mundo puede flotar?
¿También este mundo está volando libremente?
Lo triste es que no sólo nos habituamos a la ley de la gravedad conforme
vamos haciéndonos mayores. Al mismo tiempo, nos habituamos al mundo tal
y como es.
Es como si durante el crecimiento perdiéramos la capacidad de dejarnos
sorprender por el mundo. En ese caso, perdemos algo esencial, algo que los
filósofos intentan volver a despertar en nosotros. Porque hay algo dentro de
nosotros mismos que nos dice que la vida en sí es un gran enigma.
Es algo que hemos sentido incluso mucho antes de aprender a pensarlo.
Puntualizo: aunque las cuestiones filosóficas conciernen a todo el mundo,
no todo el mundo se convierte en filósofo. Por diversas razones, la mayoría se
aferra tanto a lo cotidiano que el propio asombro por la vida queda relegado a
un segundo plano. (Se adentran en la piel del conejo, se acomodan y se
quedan allí para el resto de su vida.)
Para los niños, el mundo —y todo lo que hay en él— es algo nuevo, algo
que provoca su asombro. No es así para todos los adultos. La mayor parte de
los adultos ve el mundo como algo muy normal.
Precisamente en este punto los filósofos constituyen una honrosa
excepción. Un filósofo jamás ha sabido habituarse del todo al mundo. Para él
o ella, el mundo sigue siendo algo desmesurado, incluso algo enigmático y
misterioso.
Por lo tanto, los filósofos y los niños pequeños tienen en común esa
importante capacidad. Se podría decir que un filósofo sigue siendo tan
susceptible como un niño pequeño durante toda la vida.
De modo que puedes elegir, querida Sofía. ¿Eres una niña pequeña que aún
no ha llegado a ser la perfecta conocedora del mundo? ¿O eres una filósofa
que puede jurar que jamás lo llegará a conocer?
Si simplemente niegas con la cabeza y no te reconoces ni en el niño ni en
el filósofo, es porque tú también te has habituado tanto al mundo que te ha
dejado de asombrar. En ese caso corres peligro. Por esa razón recibes este
curso de filosofía, es decir, para asegurarnos. No quiero que tú justamente
estés entre los indolentes e indiferentes. Quiero que vivas una vida despierta.
Recibirás el curso totalmente gratis. Por eso no se te devolverá ningún
20

dinero si no lo terminas. No obstante, si quieres interrumpirlo, tienes todo tu
derecho a hacerlo. En ese caso, tendrás que dejarme una señal en el buzón.
Una rana viva estaría bien. Tiene que ser algo verde también; de lo contrario,
el cartero se asustaría demasiado.
Un breve resumen: se puede sacar un conejo blanco de un sombrero de
copa vacío. Dado que se trata de un conejo muy grande, este truco dura
muchos miles de millones de años. En el extremo de los finos pelillos de su
piel nacen todas las criaturas humanas. De esa manera son capaces de
asombrarse por el imposible arte de la magia.
Pero conforme se van haciendo mayores, se adentran cada vez más en la
piel del conejo, y allí se quedan. Están tan a gusto y tan cómodos que no se
atreven a volver a los finos pelillos de la piel. Solo los filósofos emprenden ese
peligroso viaje hacia los límites extremos del idioma y de la existencia.
Algunos de ellos se quedan en el camino, pero otros se agarran fuertemente
a los pelillos de la piel del conejo y gritan a todos los seres sentados
cómodamente muy dentro de la suave piel del conejo, comiendo y bebiendo
estupendamente:
—Damas y caballeros —dicen—. Flotamos en el vacío.
Pero esos seres de dentro de la piel no escuchan a los filósofos.
—¡Ah, qué pesados! —dicen.
Y continúan charlando como antes:
—Dame la mantequilla. ¿Cómo va la bolsa hoy? ¿A cómo están los
tomates? ¿Has oído que Lady Di espera otro hijo?
Cuando la madre de Sofía volvió a casa más tarde, Sofía se encontraba en un
estado de shock. La caja con las cartas del misterioso filósofo se encontraban bien
guardadas en el Callejón. Sofía había intentado empezar a hacer sus deberes, por lo
que se quedó pensando y meditando sobre lo que había leído.
¡Había tantas cosas en las que nunca había pensado antes! Ya no era una niña,
pero tampoco era del todo adulta.
Sofía entendió que ya había empezado a adentrarse en la espesa piel de ese conejo
que se había sacado del negro sombrero de copa del universo. Pero el filósofo la había
detenido.
—El, —¿o sería ella?— la había agarrado fuertemente y la había sacado hasta el
pelillo de la piel donde había jugado cuando era niña. Y ahí, en el extremo del pelillo,
había vuelto a ver el mundo como si lo viera por primera vez.
El filósofo la había rescatado; de eso no cabía duda. El desconocido remitente de
cartas la había salvado de la indiferencia de la vida cotidiana.
Cuando su madre llegó a casa, sobre las cinco de la tarde, Sofía la llevó al salón y
la obligó a sentarse en un sillón.
—¿Mama, no te parece extraño vivir? —empezó.
21

La madre se quedó tan aturdida que no supo qué contestar. Sofía solía estar
haciendo los deberes cuando ella volvía del trabajo.
—Bueno —dijo—. A veces sí.
—¿A veces? Lo que quiero decir es si no te parece extraño que exista un mundo.
—Pero, Sofía, no debes hablar así.
—¿Por qué no? ¿Entonces, acaso te parece el mundo algo completamente normal?
—Pues claro que lo es. Por regla general, al menos.
Sofía entendió que el filósofo tenía razón. Para los adultos, el mundo era algo
asentado. Se habían metido de una vez por todas en el sueño cotidiano de la Bella
Durmiente.
—¡Bah! Simplemente estás tan habituada al mundo que te ha dejado de asombrar
—dijo.
—¿Qué dices?
—Digo que estás demasiado habituada al mundo. Completamente atrofiada,
vamos.
—Sofía, no te permito que me hables así.
—Entonces, lo diré de otra manera. Te has acomodado bien dentro de la piel de ese
conejo que acaba de ser sacado del negro sombrero de copa del universo. Y ahora
pondrás las patatas a cocer, y luego leerás el periódico, y después de media hora de
siesta verás el telediario.
El rostro de la madre adquirió un aire de preocupación. Como estaba previsto, se
fue a la cocina a poner las patatas a hervir. Al cabo de un rato, volvió a la sala de estar
y ahora fue ella la que empujó a Sofía hacia un sillón.
—Tengo que hablar contigo sobre un asunto —empezó a decir.
Por el tono de su voz, Sofía entendió que se trataba de algo serio.
—¿No te habrás metido en algo de drogas, hija mía?
Sofía se echó a reír, pero entendió por que esta pregunta había surgido
exactamente en esta situación.
—¡Estas loca! —dijo—. Las drogas te atrofian aún mas. Y no se dijo nada más
aquella tarde, ni sobre drogas, ni sobre el conejo blanco.
22