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Este blog ha sido diseñado para los estudiantes de las clases de Filosofía, Estética y Cine del Colegio Artístico Salvador.

En esta ocasión pueden hacer sus consultas con respecto al trabajo de Filosofía, que fue asignado mientras sigo con licencia por mi post natal. Para ello deben hacer click en el archivo corespondiente a su curso.

Lectura para ensayo de 3ºmedio


ENSEÑAR FILOSOFÍA, ENSEÑAR A FILOSOFAR

Texto extraído y sintetizado de “Filosofía para niños” de Ana Cecilia Franco de la Rosa (México)
Por lo que se refiere a la filosofía, la polémica es ya antigua y podemos en algún sentido remontarla hasta los mismos sofistas, las personas que pusieron en marcha el vasto mundo de la educación formal en el mundo occidental. Ya entonces optaron por resaltar el valor de los procedimientos, preocupados por enseñar a sus alumnos las técnicas más adecuadas para argumentar en el ágora. Una de las obras más conseguidas en ese campo, la Retórica de Aristóteles es un espléndido compendio de técnicas de la argumentación y, sobre todo, de la persuasión. Les preocupaban, por tanto, los procedimientos. Pero también entonces se procuró poner el centro de atención en los contenidos. La polémica de Sócrates y Platón contra muchos de sus compañeros sofistas venía dada en parte por esta situación. Sócrates consideraba que no se podía reducir la enseñanza a una puro ejercicio de técnicas de discusión, sino que era necesario centrarla en lo verdaderamente importante, la búsqueda de la verdad, siendo la obligación de maestro y discípulos realizar una rigurosa y profunda tarea de clarificación de conceptos como “justicia”, “bien”, “belleza”, “amor” y otros similares como objeto de las discusiones que constituían el núcleo del proceso educativo.
Pero corresponde a Kant (S XVIII) y a Hegel (S. XIX) haber planteado el problema de una manera que ha calado muy profundamente y que desde entonces sigue dividiendo a los que se dedican a la enseñanza de la filosofía. Kant fue el primero en definir una posición bien clara. Me limito a reproducir dos breves textos suyos porque no es fácil decirlo mejor y en un espacio tan breve:
“En general no puede llamarse filósofo nadie que no sepa filosofar. Pero sólo se puede aprender a filosofar por ejercicio y por el uso pro pio de la razón.
“¿Cómo se debería poder aprender también filosofía? Cada pensador filosófico edifica su propia obra, por así decido, sobre las ruinas de otra; pero nunca se ha realizado una que fuese duradera en todas sus partes. Por eso no se puede en absoluto aprender filosofía, porque no la ha habido aún. Pero aun supuesto que hubiera una efectivamente existente, no podría, sin embargo, el que la aprendiese decir de sí que era un filósofo; pues su conocimiento de ella nunca dejaría de ser sólo subjetivo-histórico.
En la matemática suceden las cosas de otro modo. Esta ciencia sí se puede aprender, en cierta medida; pues las demostraciones son aquí tan evidentes que todos pueden convencerse de ellas; también puede, gracias a su evidencia, ser tenida en algún modo como una doctrina cierta y duradera.
El que quiere aprender a filosofar, por el contrario, sólo puede considerar todos los sistemas de filosofía como historia del uso de la razón y como objetos para el ejercicio de su talento filosófico.
El verdadero filósofo tiene que hacer, pues, como pensador propio, un uso libre y personal de su razón, no servilmente imitador. Pero tampoco un uso dialéctico, esto es, tal que sólo se proponga dar a los cono cimientos una apariencia de verdad y sabiduría. Esa es la labor de los meros sofistas; pero totalmente incompatible con la dignidad del filó­sofo, como conocedor y maestro de la sabiduría.” (Sobre el saber filosófico, Madrid, Adán. p. 46). Por esto mismo, si bien la reacción de Hegel (S. XIX) es comprensible y afortunada, yerra también el blanco y no tiene por qué verse como una disyunción excluyente. También aquí prefiero incluir dos breves textos que exponen con claridad lo que estamos indagando. “En general se distingue un sistema filosófico con sus ciencias particulares y el filosofar mismo. Según la obsesión moderna, especialmente de la Pedagogía, no se ha de instruir tanto en el contenido de la filosofía, cuanto se ha de procurar aprender a filosofar sin contenido; esto significa más o menos: se debe viajar y siempre viajar, sin llegar a conocer las ciudades, los ríos, los países, los hombres, etc.
Por lo pronto, cuando se llega a conocer una ciudad y se pasa después a un río, a otra ciudad, etc., se aprende, en todo caso, con tal motivo a viajar, y no sólo se aprende sino que se viaja realmente. Así, cuando se conoce el contenido de la filosofía, no sólo se aprende a filosofar, sino que ya se filosofa realmente. Asimismo el fin de aprender a viajar constituiría él mismo en conocer aquellas ciudades, etc.; el contenido.
[...] El modo de proceder para familiarizarse con una filosofía plena de contenido no es otro que el aprendizaje. La filosofía debe ser enseñada y aprendida, en la misma medida en que lo es cualquier otra ciencia.” Escritos pedagógicos Madrid, F.C.E., 1991, p. 139 ss.
“Es especialmente necesario que la filosofía se convierta en una actividad seria. Para todas las ciencias, artes, aptitudes y oficios vale la convicción de que su posesión requiere múltiples esfuerzos de aprendizaje y de práctica. En cambio, en lo que se refiere a la filosofía parece imperar el prejuicio de que, si para poder hacer zapatos no basta con tener ojos y dedos y con disponer de cuero y herramientas, en cambio, cualquiera puede filosofar directamente y formular juicios acerca de la filosofía, porque posee en su razón natural la pauta necesaria para ello, como si en su pie no poseyese también la pauta natural del zapato. Tal parece como si se hiciese descansar la posesión de la filosofía sobre la carencia de conocimientos y de estudio, considerándose que aquélla termina donde comienzan éstos. Se la reputa frecuentemente como un saber formal y vacío de contenido y no se ve que lo que en cualquier conocimiento y ciencia es verdad aun en cuanto al contenido, sólo puede ser acreedor a este nombre cuando es engendrado por la filosofía; y que las otras ciencias, por mucho que intenten razonar sin la filosofía, sin ésta no pueden llegar a poseer en sí mismas vida, espíritu ni verdad.” Fenomenología del espíritu. México, F.C.E., 1966, p. 44
Cierto es también que se puede filosofar sobre cualquier tema o ámbito de la realidad, pero eso deberá ir unido a específicos modos de reflexión que se centran también en específicos aspectos de la realidad.
En los años ochenta se puso de moda, y todavía sigue, un amplio movimiento educativo que insistía en la necesidad de desarrollar el pensamiento crítico, asociado con lo que antes comentaba sobre la urgencia de aprender a aprender, y saber manejar la cantidad de información de la que en la actualidad se dispone desde el comienzo de la infancia. El movimiento realizó importantes contribuciones, elaboró materiales didácticos y contó con el respaldo de los mejores psicólogos del momento, como Feuernstein, Stenberg o Guilford, y con algunos programas emblemáticos, como el del desarrollo de la inteligencia de Harvard. Una secuela de ese movimiento fue la difusión de programas y cursos en los que se enseñaba a estudiar a los estudiantes, esto es, se les explicaban las técnicas de estudio, bien fuera como disciplina separada en el mismo colegio o instituto, bien en curso de fin de semana a los que las familias enviaban a sus hijos con la esperanza de que mejoraran sus rendimientos académicos. Hoy día el interés se ha desplazado más bien a la inteligencia emocional, pero se sigue en la misma línea de subrayar la importancia de determinados procedimientos y de pretender enseñarlos por separado.
De esta constatación debemos sacar dos consecuencias. La primera es muy general y no nos interesa aquí más que de forma indirecta. El pensamiento crítico y las destrezas cognitivas se deben trabajar en todas y cada una de las disciplinas que sean objeto de estudio en los centros educativos. No es una tarea propia de una asignatura específica, por lo que carece de sentido pensar que la presencia de la filosofía es la que va a garantizar que nuestro alumnado desarrollará esa capacidad de crítica reflexiva que le será fundamental en la vida posterior. O la desarrolla en todas las asignaturas, o es bien probable que su capacidad crítica, en el supuesto de que la adquiera, quede seriamente limitada a algunos ámbitos muy específicos.
La segunda conclusión ya nos afecta directamente: sólo discutiendo problemas filosóficos, con las destrezas que son propias de la filosofía, podremos efectivamente conseguir que el alumnado las desarrolle. Dentro del movimiento a favor del pensamiento crítico, esa fue la propuesta de Lipman que dio lugar a la difusión de la filosofía para niños. Siguiendo a Hegel, el secreto está en presentar al alumnado los grandes temas que han constituido el hilo de la discusión filosófica occidental desde Tales de Mileto hasta nuestros días. E invitarles a continuación a embarcarse en un diálogo riguroso y estricto, de acuerdo con las exigencias que han dado ese aire de familia a las personas dedicadas a la tarea de filosofar. Esto es, invitarles a filosofar.
La actividad filosófica
Retomando una tesis clásica de Platón, el filósofo es una persona movida por una profunda y radical pasión erótica por la sabiduría, renunciando a cualquier supuesto previo y centrando su actividad en el conocimiento. Y en el mundo clásico greco-romano, lo importante era quizá la figura del sabio, como amante de la sabiduría, más que la disciplina en si misma considerada. En todo caso, lo que es importante es no perder de vista el hecho de que la filosofía, y más en concreto su enseñanza, se puede practicar de maneras bien diversas, llegando incluso a posiciones y prácticas sobre cuyo carácter estrictamente filosófico se pueden albergar serias dudas. Sin ir demasiado lejos, vayamos a los anaqueles de cualquier gran librería actual (no en las más especializadas, sino en las que hay en las grandes superficies) y veremos cómo colocan seguidos, casi mezclados, libros de filosofía, esoterismo y manuales de autoayuda.
Parece ser, por tanto, que podemos decir que la filosofía es una actividad cuyos primeros pasos la llevan a tener dificultades consigo misma, por lo que su punto de partida, y tam­bién de llegada, es aclarar qué es lo que se va a hacer cuando se hace filosofía. Hay una espléndida tira cómica de Mafalda que recoge este problema de manera ejemplar. La profesora anuncia a los alumnos que ese año van a dar un curso de filosofía. A continuación les pregunta si alguno ha dado ya antes clase de filosofía. Mafalda levanta la mano y pregunta a su vez: “Profesora, cuando habla de filosofía, ¿en qué sentido está utilizando la palabra?”. La profesora pregunta a continuación: “¿Alguien más ha dado ya clase de filosofía?” Podríamos decir que es una actividad teórica que vuelca gran parte de su propia actividad sobre sí misma; es una actividad metacognitiva, en la que pensar sobre el pro pio pensamiento constituye una parte central. Es cierto que, llevado a ciertos extremos, esto puede ser muy pernicioso y provocar, como bien diría Hume, una cierta melancolía en el ánimo de aquellos que, precisamente por reflexionar sobre su propio proceso de reflexión, ven que cada vez que se aproximan a la cima que van a coronar, les queda a continuación una cima más alta que la anterior, o que al otro lado sólo está el abismo. Al abordar la enseñanza de la filosofía, estoy defendiendo, por tanto, una concepción de la filosofía como actividad específica, cuya función consiste en desarrollar las capacidades cognitivas y afectivas exigidas para dotar de sentido a la propia vida y al mundo que le rodea. Es una actividad al mismo tiempo teórica y práctica; teórica porque reivindica la curiosidad y el asombro como actitudes fundamentales del ser humano que no necesitan ser justificadas apelando a ninguna utilidad externa: somos curiosos y nos apasiona saber. Práctica también porque está comprometida con la búsqueda de la sabiduría como plenitud existencial del ser humano. “Sé filósofo, pero en medio de toda tu filosofía continúa siendo un hombre.” Es una actividad, por tanto, en relación directa con la vida de los seres humanos, como personas sociales que buscan dotar de sentido a su existencia. Es cierto que la filosofía, tal y como la entendemos, es básicamente una elaboración surgida en un lugar y período concreto y practicada en el seno de una determinada tradición cultural.
Una tarea ineludible de le enseñanza de la filosofía en estos momentos consiste precisamente en abrirse a esos enfoques alternativos, enriqueciendo la tradición propia con lo que otras gentes, desde otras perspectivas, han aportado en el esfuerzo humano por responder a las preguntas fundamentales sobre el sentido. Hablo de diálogo riguroso y serio, de apertura mental y de ampliación de horizontes reflexivos.
Dicho todo lo anterior, no es suficiente. Como ya observara Hegel, reducir la filosofía a una actividad puede ser autodestructivo para la propia filosofía. Es cierto que lo más llamativo de la filosofía es posiblemente el tipo de preguntas que se hacen; también es cierto que cualquier tema puede ser tratado filosóficamente. Pero no se puede hacer filosofía en el vacío, sino siempre sobre algo. En cierto sentido es como si pretendiéramos enseñar a pensar como una actividad general; siempre que pensamos, pensamos en algo y la actividad del pensamiento no es independiente en absoluto de los contenidos sobre los que se está pensando.
Ciertamente es posible elaborar una reflexión filosófica sobre cualquier cuestión y de eso he hablado a propósito de la filosofía popular o exotérica. El fútbol, el cine, la gastronomía o la moda, pueden ser objeto de la actividad filosófica, lo que concede una enorme flexibilidad a quienes tenemos que diseñar currículos específicos de enseñanza de la filosofía. Está claro que estos temas más concretos se alejan algo de los que he mencionado anteriormente, que son los que acaparan la atención de las grandes obras filosóficas. Ahora bien, cuando realizamos una reflexión filosófica sobre temas aparentemente triviales, el sentido de esa reflexión es el mismo. Vamos buscando la esencia misma del fenómeno en cuestión, los últimos supuestos o creencias en los que se basa la relación que tenemos los seres humanos con esos temas concretos. Indagamos en las posibles perplejidades que surgen cuando se dirige una mirada algo más perspicaz o crítica, ahondamos en las relaciones que ese tema puede tener con otros de mayor calado o amplitud y los relacionamos con las preguntas más generales sobre los fines últimos de nuestra vida. De eso modo, cualquier tema concreto, en tanto en cuanto lo sometemos a la acerada crítica filosófica, puede servir para desarrollar las destrezas propias de la filosofía que luego serán aplicadas en otros campos de la vida y en otros temas. Pero Hegel decía algo más al afirmar que la filosofía era no sólo una actividad, sino también un saber. Para él la filosofía se situaba en la coronación del conjunto de saberes que poseen los seres humanos, era el saber más alto, el saber por excelencia. Esta preeminencia le viene dada, en primer lugar, por algo que ya he mencionado: la filosofía es un saber meta cognitivo. No sólo sabemos cosas, sino algo más importante, sabemos que las sabemos o, como decía Sócrates, sabemos que no sabemos nada. Es el momento decisivo en el que tomamos con ciencia expresa de nuestra propia existencia y del hecho de que nuestra relación con el mundo que nos rodea y con nosotros mismos no es directa, sino que está siempre mediada por nuestro propio conocimiento y por el lenguaje que hace posible ese conocimiento.